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No era aquel lecho sino un cóctel de brasas humeantes, humedades aún recientes y cuerpos entrelazados, doblegados y languidecidos por los excesos carnales que con nocturnidad y alevosía se habían extendido hasta bien entrada la madrugada. El la, todavía despierta, permanecía quieta con los ojos cerrados sintiendo aquel cuerpo llameante descansar junto al suyo, sintiendo en la piel el ardor que probaba que la noche se había encarnizado con el amanecer. Sus enrojecidas nalgas le quemaban al roce de las sábanas y el hormigueo en los pezones le traía a la mente aquellos dientes que los hostigaban horas antes. La templada humedad de los fluidos de la lujuria que impregnaban la cama aliviaba el calor de los recuerdos que a modo de fotogramas revivía excitada, relamiendo el cóctel de sabores que persistían en su boca y haciéndola desear una exhibición completa ante el espejo a fin de detectar y disfrutar todas y cada una de las marcas visibles que aquella noche y la pasión, a modo de trofeos
Ya ves. Qué quirúrgico. Doctor, doctor, mi mujer necesita un orgasmo. Había un artículo por el ADN que hablaba de los consoladores y explicaba que durante años los médicos masturbaban a las mujeres 'histéricas' (o 'neuróticas' o algo así), y que de hecho originalmente los consoladores se vendían como aparatejos médicos para curar tales dolencias.
ResponderEliminarY encima el tío la trata como si le hubiera puesto una inyección: you've done good, you've done good. ¿No le dice eso? Algo así.
Espero que tras tan dura terapia al menos le de una piruleta. Sin segundas: de cereza.