Domingo, seis de la mañana, ella, a
días de cumplir treinta y cinco años, ha terminado su obligado y
poco amable turno de trabajo como camarera nocturna, regresa a casa en su coche
después de haber tomado varias copas tras el cierre, con compañeros de trabajo y algún cliente rezagado. Nada interesante.
Regresa sola, noche tras noche, es lo que ha querido siempre,
independencia, libertad absoluta por la que ha luchado, ganado y
perdido. Aunque últimamente siente que está algo cansada y hace
tiempo que la soledad le pesa inexplicablemente. Estos pensamientos
se agravan casi siempre bajo los efectos del alcohol y en esta
madrugada, sin motivo aparente, de manera especial. Antes de coger el coche para regresar a
casa se planteó si estaba en condiciones de hacerlo, dudó
mínimamente y al final se atrevió con ello. Ahora el coche parecía
llevarla por su propia cuenta mientras ella se autocastigaba
mentalmente culpándose de sus siempre malas relaciones con los
hombres. Se miraba al retrovisor mientras avanzaba, pasan los años, pero
se sigue viendo guapa, el pelo negro le imprime carácter e incluso cierta
distancia. Todavía mantiene los permanentes labios rojos a pesar del inexorable paso de horas y vasos. Ni un beso.
Él por su parte no había podido pegar
ojo en toda la noche, su casa era demasiado silenciosa. Primero
estuvo mirando la televisión durante horas, pensando que el zapping
le mantendría entretenido y alejado de esos pensamientos recurrentes
sobre la impuesta soledad como castigo, que tan a menudo le
arrancaban la tranquilidad sin casi poderlo controlar, y que eran
especialmente persistentes desde el día en que había cumplido
sesenta y cinco años, con todo lo que ello conllevaba. Eran casi las cuatro de la madrugada cuando
pasó del zapping a una novela de contenido histórico que había
empezado recientemente y que le despertaba, por la temática, mucho
interés, aún cuando tenía la sensación de que en ocasiones la
propia historia le traicionaba inesperadamente con giros, haciéndole
comprender que el amor, de una u otra forma, estaba siempre
presente en la literatura, independientemente del género, y también
en la historia, y así pues, en la propia vida, llegando a concluir
que tal vez el mundo entero conspiraba en su contra, retorciéndose a
carcajadas ante su soledad, haciéndole sentir más y más culpable
por no haber sabido hacer feliz a su esposa durante su matrimonio,
fallecida ella ahora hace dos años por una terrible, rápida y fatal
enfermedad. Dejó con un golpe seco la novela en la mesita de noche,
miró el reloj y luego la ventana, el amanecer se le había
echado encima y el sueño ni siquiera había hecho aparición. Pensó
que le vendría bien un café caliente. Después saldría a dar un
paseo en coche por la ciudad, aprovechando la primera hora de la
mañana, cuando el resto de la humanidad todavía estaría desconectado
entre sábanas, muchos de ellos por parejas.
El frío invade el interior del coche
de ella, que piensa mientras circula medio a tientas, que el invierno
se ha echado encima casi sin avisar, prácticamente de un día para
otro. Recuerda el año anterior y le viene a la mente que es mucho
más complicado dormir sin compañía en invierno, noches acurrucada
y abrazada a la fiel almohada, bajo el excesivamente idolatrado edredón
nórdico que destila calor humano. No era justo, pensó, si la
Duquesa de Alba tenía novio, ¿por qué ella no?. El alcohol seguía
haciendo mella. Subió el volumen de la música.
Sería o no por el contraste del café
caliente que él había tomado antes de salir de casa, pero sintió
que la temperatura había bajado mucho en los últimos días. Recordó
que su casa es muy fría en invierno, concretamente su dormitorio por
estar en la planta alta. Le amenaza la evocación de su gélida cama,
castigo de la vida, irónicamente perdonado en los meses cálidos.
Arrancó el coche y puso la calefacción. Su coche también le
recordaba la soledad, hacía apenas tres años que lo había
comprado, un todoterreno enorme, entonces eran una familia, solían
hacer muchos viajes. También le gustaba viajar con sus amantes, esas
que aparecían y desaparecían fugazmente y de las que a día de hoy
no quedaba ni rastro. Sus hijos se casaron al poco tiempo de perder a
su madre, vivían ambos fuera de la ciudad y era complicado verlos.
No había tráfico, conducía sin prestar la mínima atención, un
semáforo en rojo provocó su parada. Un coche musicalmente ruidoso a
estas horas y que frena con firmeza a su derecha consigue sacarle de
sus pensamientos. Conduce una chica de largo pelo oscuro, es muy
atractiva. Lo mira retadora.
A su izquierda en un semáforo hay un
enorme y vistoso todoterreno oscuro, dentro un rostro maduro, muy atractivo,
con cierto aire de indiferencia o tal vez experiencia, y una mirada
azul intensa que la traspasa sin tener piedad de la distancia, y la
deja clavada e inmóvil durante unos segundos. Sintió entonces que
aquel hombre era deseable, sintió su elegancia, su cálida sonrisa,
continuó mirando y pensó si su estado ebrio perdonaría cualquier
acto por su parte.
Mientras ella divagaba internamente,
continuaban mirándose, él hacía balance, es joven, es muy guapa,
muy atractiva, y observa como la dejadez y el desorden de su pelo
alborotado hablan de una larga noche, hablan a buen seguro de
alcohol. La miraba, miraba su perdida mirada y deseaba su cuerpo.
Sentía que ella le miraba, miraba clavada en sus ojos sabiéndose
deseada y no haciendo nada por evitarlo. Disfrutando el instante
juntos a la par que ajenos, no encontrando en principio razón para
dejar de hacerlo, aunque por momentos ambos pensaran que debían por
educación evitar lo que estaba ocurriendo. Ella le pareció muy
luminosa a la vez que oscura, miraba ahora sus labios rojos, todo en
ella eran contrastes.
El semáforo cambió a verde, y sin
moverse ambos se sumieron conjuntamente en la angustia a la vez que
miraron, mecánicos, al frente. Ella continuó entonces
autocastigándose, la experiencia hablaba, mientras él sufría
pensando que si ella se iba ahora, ¿cómo iba a poder vivir después
de haberla tenido tan cerca?, ¿cómo había podido estar antes sin
conocerla?. Sintió que ella era el motivo de aquella larga noche
insomne que seguía a muchas otras, la mujer que había soñado toda
la vida, la que le mantuvo en incesante búsqueda, la que no le
permitió centrarse en nada que se propusiera.
Ella había agachado la cabeza, el
largo flequillo negro tapaba practicamente su cara dejando sólo
visibles sus rojos labios entreabiertos por los que pasaba despacio
su lengua a la vez que pensaba que no sería capaz de volver a mirar
esos ojos que momentáneamente y sin explicación, le habían
transmitido tanto, temió entonces que volviendo a mirar, el
insoportable calor alojado en el pecho pudiera bajar a su estómago,
e incluso más abajo.
El amanecer había dejado paso a la
mañana, estaban quietos mirando al frente, ninguno había metido la
primera ni pisado el acelerador, intentaron alargar los minutos,
solos, uno junto al otro, mirando en la misma dirección, pensando
exactamente lo mismo, no atreviéndose ninguno a dar el paso. Ese
paso que no iba a tener vuelta atrás, ese paso que iba a dejar
allí, en aquel preciso lugar, un montón de sueños perseguidos toda
una vida y perdidos en un instante. Derrotados pero acostumbrados a
ello, ya ni siquiera volverían la cabeza atrás para echar un último
vistazo.
Un último vistazo que hubiera sido el comienzo. Y el final.
"...algunas madrugadas me desvelo
ResponderEliminary ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita,
a esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar...
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad."
Historias repetidas, y tan particulares como el propio dolor.