Después caí en la cuenta. Era la primera vez en mi vida que entraba a una iglesia por iniciativa propia. Por supuesto que he estado en muchas, a pesar de que no creo en nada (hay días que ni en mí) y por si alguien no está al tanto, me educaron, o eso intentaron, en el Opus Dei, así que misas he tragado muchas, y pisado iglesias también. Me he chupado también todas las bodas, bautizos y comuniones en cuyas inmediaciones no había un bar. Pero esta vez entré simple y llanamente porque me lo había pedido mi cuerpo y no estoy por la labor de negarle nada.
Oscuridad y silencio, sólo una pareja joven en primera fila. Tomé asiento en la tercera fila del lado opuesto a donde estaban sentados ellos. Hice, reconozco, algún esfuerzo que otro para adaptarme al sitio, escenario de tantas y tantas hipocresías dilucidadas a lo largo de mis casi 32 años, pero finalmente y envuelta en la santidad ambiental logré sentirme cómoda y tranquila.
Quería pensar un rato, entre aquel olor a velas y culto tan familiar, meditar con aquello delante si vivir tan al margen de lo inculcado daba balance positivo. Observaba abstraída en pensamientos el altar, histrionicamente dorado y repujado con límite al infinito. Excesivo para la doctrina que consigna. Pensé que si realmente existiera dios, que no lo creo, desde luego se le ha ido el quiosco de las manos.
En ese momento se encienden las luces a la par que un estrepitoso señor, por llamarle de algún modo, aparece dando gritos con timbre de haber calentado la voz con Johnnie Walker y armado con un paraguas en la mano "pasen y vean la preciosad de santuario que tenemos", seguido de un educado y silencioso rebaño de la tercera de edad que lo único que hace es exclamar "oh". El chorreo es increible, en unos minutos lo invaden absolutamente todo tras ese caballero que señala con el paraguas las imágenes y retablos mientras con semejante voz cuenta lo que a él, a su antojo, le parece que es cada cosa. No fue hasta la cuarta vez que cruzó alegremente por delante del altar, que hizo por primera vez la señal de la cruz. En una de las ocasiones que señala algo que debe haber detrás de mí y el rebaño mira, saludo sonriente agitando la mano en plan cinco lobitos.
Tras la gira les hace sentar, pienso, fuera ya de mis pensamientos, "a ver de que va esto ahora", y en ese momento justo se apagan las luces de nuevo mientras de la penumbra resuena esa horrible voz.
- "Señores, y ahora el que quiera hacer fotos, que deposite monedas y el sacristán les enciende la luz un rato."
xoxi, aquel rebaño también pensó en ese momento:" menos mal que sí hay un bar cerca"...y seguramente en breve espacio de tiempo, las que se encendieron fueron las luces de la caja registradora del bar cercano jejej...¿irán también a medias?.
ResponderEliminarde cualquier modo los 10 minutos de silencio fueron para recordar, quédate con eso.
laotraxoxi.
Va mejorando. Parece que esta chica ya va poco a poco hablando de cosas en las que ella no es el centro del Universo.
ResponderEliminar¿¿No soy el centro del universo?? ¿¿cuándo?? ¿¿cómo?? ¿¿qué he hecho yo para merecer esto??
ResponderEliminar:)
Un texto muy curioso, pero una actitud nada sorprendente (la del párroco con los donativos) :)
ResponderEliminarPero atenta, te falta algún acentillo, al final. Un abrazo desde las antípodas.
Servidora.
Yo, que soy ateo gracias a Dios me quedo de piedra al leerte....hay iglesias sin bares al lado?
ResponderEliminarBesos con tapas
Ahora sí que sí, hasta nunca zorra censora!
ResponderEliminarEdmundo.
Eh eh...zorra? Y yo que la hacía doncella!!
ResponderEliminarEngañao me tenías, ladrona...
Besos porque me parto.
hiku, lo de zorra es irrelevante, ni siquiera es un insulto, qué más da pájara que zorra, lo jodido es que te llamen censora. y sobre todo ser fan de la histérica (que no histriónica, eso sería un halago) metomentodo de la Milá, eso sí que es jodido.
ResponderEliminarEdmundo.